Una vieja historia escrita por mi hace ya hartos años como siempre no la termine, una mas a mi colección creo que alguien por ahí debe haber leído algo de esto, me gusta esta historia pero debo estar en el mismo estado mental de hace 3 años para terminarla, no me falta mucho así que proximamente la terminaré. Esto es pura creación, no la soné, no la alucine, simplemente me lo imagine un día pensando en lo desolado que se puede sentir uno viajando siempre solo en un tren, observando a la gente y no saber nada.
I
Nuevamente aquí, no me obliga, ni detiene. Soy libre, ¿no?; motivo para seguir no hay, pero aquí estoy con lo mismo, cíclica y constante farsa. Siempre lo mismo, nada relativamente especial, extraña ufanasión, incluso sin responsabilidades pero, es una desgracia. - Se decía luego apesadumbrado sin dejar de asombrarse al ver la Estación de trenes. Tan alta. Se impregnaba del cálido atardecer aquella magnífica locomotora, con ese color carbón magistral, reluciente a los finos y últimos destellos de esa calmada normalidad de un día cualquiera. Ese esquelético periodo de transición entre otoño e invierno. Se alzaba imponente en la vía férrea. Todo era perfecto, esas generosas vías que poco tiempo atrás se estrenaban, tan flamantes hoy como en su primer, segundo o tercer viaje, sobre ese romántico vagón, incluso ahora tan encantador como antaño, pero… agotador, aquel opio poderoso; intoxicante, absorbía todo ¿O solo a MI? Ese vagón con tan abrumante elegancia; aburrido. Hastía, una excelente palabra pero no da a vasto, no alcanza a definir esta sensación, un sentimiento; del estomago hacia fuera, el alma. Cansado, abúlico de todo o nada, hasta que ese fiel compañero con toda su extravagancia y sutileza comienza a ser agobiante.
Una voz impaciente y amable le sacó drásticamente de sus pensamientos - ¿Hey joven que hace? ¿Subirá? El tren ya parte ¡Nos vamos!- El guarda de tren, desempeñando su tarea. Un hombre cano y de amabilidad innata, con esa extraña presencia de filósofo aristotélico, tan apacible le hablaba atento.
- OH perdón... Bien - Lenta y pesado hizo abordaje - Nada mejor que hacer - Como rutinariamente subió, -sí, y ahora la rutina más cotidiana… Mucho más que ayer-
- No se preocupe joven, así es el trabajo- Solo consiguió una mirada, tal vez un guiño por parte del joven.
– Nuevamente me voy- Comentaba melancólico ensimismando sus pensamientos -Bueno desde que tengo memoria... Es mejor así, una buena decepción- Pronuncio libremente en un suspiro - Todo siempre se mantendrá igual no importa que tanto haga, todo quedará igual- Sus pensamientos afloraban como en un mantra -Al sur... Dios-
- Ese chico – Desde la intersección al siguiente vagón, por aquel estrecho y ruidoso pasillo de transición, encajonado entre dos puertas observaba con atención al joven que acababa de subir al tren, su piel blanca destellaba al ambiente lúgubre de una manera escalofriante, con unos profundos ojos negros ¿o mas bien claros?, sin rumbo ni lugar atravesaban la oscuridad, su oscuro cabello hacía destacar unas finas facciones, de no ser por esa macabra desolación en su rostro podría haber sido una vaga alma en pena, aún así su exotismo de ganímedes desorientaba.
Este lugar, un vagón de primera clase; como siempre lo había sido, sigue repleto de adornos. Su vista se poso en un único objeto, una mesa central de madera oscura; caoba, la misma que no supo descifrar a ciencia cierta de que material era, por encima llevaba una bandeja de plata fina pulida con seis tazas de porcelana rosada y bordes dorados de varios quilates; la misma bandeja que continuaba viendo de antaño. Los sillones tapizados de burdeo parecido a un rococó, con algunos remaches en la parte inferior, le daban ese toque especial de majestuosidad. Caminó por el lugar inspeccionándolo. Embelesador; como siempre… Levantó su pesada maleta de cuero para ubicarla; al igual que tantas otras veces, en el mismo sitio acostumbrado. Al regresar a su puesto, algo nuevo una fotografía enmarcada, jamás la había visto, o tal vez solo no la recordaba, el hecho fue que no pudo prestarle una mayor atención, alguien le veía fijamente era casi de su misma estatura tal vez de la misma edad. Una persona más.
- Buenas tardes– Como odiaba ese ritual, pero ahí estaba saludando cortésmente sin importar que no le interesase en lo absoluto su interlocutor. No obtuvo respuesta, solo seguía allí mirándole, sus ojos altivos y despreocupados no le querían decir nada. No llevaba equipaje, y solo unos delgados ropajes, definitivamente su estadía no había sido premeditada, o tan solo trabajaba por ahí. Que importaba solo una persona que no tiene nada que ver conmigo pensó molesto con la situación. – Me disculpa por favor – Esa molesta cortesía que brotaba, se hizo a un lado para poder pasar y tomar asiento en aquella salita, sin lograrlo, antes siquiera de intentar pasar aquella persona se desplomaba directo al piso...
- Se encuentra bien - Se puso de rodillas para ayudarle a levantarse, pero no respondía, estaba inconsciente y comenzaba a sangrar –OH diablos, que...- Podría haber gritado en un gesto ofuscado, pero bien sabía que nadie atendería, nadie estaría dispuesto a acudir a una llamada de auxilio “cada cual en lo suyo y así no notaras lo pequeño que eres en este mundo” resonaban en su memoria esas palabras que en algún momento su padre, o alguien más le había dictado. – No parece herido, pero sangra- Se incorporó y le traslado a la habitación a lo que sería su cuarto. No se había percatado pero el tren ya marchaba a toda velocidad, una habitación pequeña tintada de blanco muy estrecha para ser confortable, le recostó suavemente, y una mujer sin apariencia con un penetrante olor a papas y cebollas llego casi de inmediato, tal vez alguien dio aviso, de seguro algún asistente. Sin pensarlo dos veces procedió a atenderlo. Ni un segundo desperdiciado en torpes formalidades.
–Joven usted le conoce, es recomendable que espere fuera- Le indicaba mientras lo conducía a la salida, sutilmente casi por cumplimiento.
***